Cuando se lo cuento a la gente, me llaman loca. "¿Pero, alma de cántaro, tú sabes lo que es un instituto hoy en día?". Y la verdad, la verdad, es que tengo que decir que no, que ni sé lo que es un instituto hoy ni sé lo que ha sido nunca, porque salvo el mes y medio que estuve haciendo las prácticas del CAP no he pisado un instituto en mi vida.
Y no es que no vea las ventajas de la docencia universitaria (que las tiene), ni las dificultades de ejercer en un instituto (tengo amigos). Tengo miles de razones, pero daré solo unas cuantas. De muestra.
- Lo que me llevó a estudiar lengua y literatura fue mi pasión desde pequeña por la lectura, pasión que quisiera poder transmitir a mis alumnos. Mi deseo es crear lectores, cosa que no puedo hacer en la universidad: si un chico de 20 años estudia Filología Hispánica y no le gusta leer, definitivamente es un caso perdido.
- Desgraciadamente, la enseñanza universitaria tiende al anonimato. Conoces de vista a los alumnos de la primera fila, te sabes el nombre de 6 en un grupo de 40; has hablado sólo con 3 en los cambios de clase. Yo quiero conocer a mis alumnos.
- A veces pienso que soy demasiado... creativa (por no decir excéntrica), y que la universidad aún no está preparada para mis extravagancias pedagógicas. No sé por qué me miran raro cuando hablo de la publicidad subliminal en las series de moda de la tele para explicar el teatro del Siglo de Oro.