Los días 16 y 17 de diciembre de 1927 tuvo lugar en el Ateneo de Sevilla la conmemoración del III Centenario de la muerte de Góngora, homenaje que ha pasado a la posteridad por la famosísima fotografía en que aparecen juntos muchos de los miembros de la Generación del 27. Siguiendo una convocatoria leída en el blog de Antonio Solano, me uno al grupo de blogs que homenajean a la Generación del 27 en estos días en que se celebra el 83 aniversario de tan rememorado acto.
Llevo varios días pensando con qué poema contribuir a este homenaje, y finalmente me he decidido por uno que es muy importante para mí, pero para el que me veo obligada a contar una historia.
Tenía yo 14 añitos (curiosamente la edad para la que estoy programando), y, por primera vez, una crisis existencial. Desde que aprendí a leer había sentido una irrefrenable fascinación por los libros, y no creo que tuviera más de 7 años cuando decidí que de mayor quería ser profe de lengua. Pero a los 14 tuve una crisis.
Lo que pasó fue que llevaba ya un par de cursos en un grupo de teatro, y me dí cuenta de que me gustaba demasiado. Y claro, llegó la duda: ¿filología o arte dramático? Pasé meses en esta angustia. Hasta que leí ese poema, cuyo último verso (y mi adolescente sentimiento de identificación con él) me sacó de mis dudas. Hasta tal punto que marqué la fecha, y días más tarde la grabé en una alianza de plata, que aún conservo (supongo que estaba algo celosa de algunas compañeras, mucho más espabiladas que yo, que llevaban uno igual con la fecha en que conocieron a sus novietes).
El poema es largo, pero espero que os guste.
Llevo varios días pensando con qué poema contribuir a este homenaje, y finalmente me he decidido por uno que es muy importante para mí, pero para el que me veo obligada a contar una historia.
Tenía yo 14 añitos (curiosamente la edad para la que estoy programando), y, por primera vez, una crisis existencial. Desde que aprendí a leer había sentido una irrefrenable fascinación por los libros, y no creo que tuviera más de 7 años cuando decidí que de mayor quería ser profe de lengua. Pero a los 14 tuve una crisis.
Lo que pasó fue que llevaba ya un par de cursos en un grupo de teatro, y me dí cuenta de que me gustaba demasiado. Y claro, llegó la duda: ¿filología o arte dramático? Pasé meses en esta angustia. Hasta que leí ese poema, cuyo último verso (y mi adolescente sentimiento de identificación con él) me sacó de mis dudas. Hasta tal punto que marqué la fecha, y días más tarde la grabé en una alianza de plata, que aún conservo (supongo que estaba algo celosa de algunas compañeras, mucho más espabiladas que yo, que llevaban uno igual con la fecha en que conocieron a sus novietes).
El poema es largo, pero espero que os guste.
La vocación. Pedro Salinas
Silencio ha sido tu primer manera
de entrar en mí; tu entrada por mi alma
callada brisa todopoderosa
aventando a las vacuas criaturas
que en vano me poblaban.
Tan silencioso inicio el de tu imperio
que se notaba apenas
por tiernas diferencias con la nada.
Mas era como el cielo
entre la noche y día medianero
que parece vacío
y es que está haciendo hueco a la inminente
llegada de la luz, que se lo pide.
Gran escenario, horizontal silencio
que va a llenarse todo,
porque unos labios se abren, suavemente.
Y fuiste voz, al fin, y tan hermosa
que puede confundirse con mirada.
Voz nunca servidora
de lengua alguna, ni de sus palabras;
sólo son los teclados
donde tocas tu eterna melodía.
Y así, cuando tú hablas,
no es para que se salven del olvido
las cosas del momento, lo que dices.
Ella es la de quedar, tu voz desnuda,
que se dice a sí misma, inolvidable.
Me la estuviste hablando, tiempo y tiempo,
historia interminable, sin historias,
como ese que el arroyo cuenta al prado,
cuento que nada cuenta, y embeleso.
Pero bien se sentía
que todo era subirme poco a poco,
por tu voz, a su más: que es este cántico.
Las dos que fuiste tú, silencio, voz,
ya estáis atrás:
camino recorrido hacia lo alto.
Tu tercer ser, final, llegó. Se ve
que tú eras lo que eres,que eras canto.
Te has quedado conmigo:
hecha son cantarín me vives dentro.
Alma arriba, alma abajo, vas y vienes,
cantando y recantando,
a tu gusto, despacio o rapidísima,
rectora, así, del paso con que pasan
mis caudales de gozo, o los de pena.
Cuando se va tu sol cantas estrellas,
se va estrellando el alma,
con los ojos cerrados, de luceros;
en tu cantar nocturno
me brizas y él me entrega
al mismo río de tu eterno cántico
en donde se descansa,
sin dormir, con los sueños del dormido.
Por gracia tuya ya no soy silencio.
Cuando el hombre cansado, el tren cansado,
cansado grillo, amor cansado, paran
y traicionan al mundo, porque cejan
en el deber supremo, que es seguir,
te oigo a ti, omnipresente, fidelísima.
Vienes, y vas. A las supremas torres
te encumbras de tu voz: cantas al cielo
que te lo entiende todo. De distante
que se ha ido tu cantar, tan lejos, fuera,
miedo me viene
de que no se resigne a este descenso:
estar conmigo. Y a tener que oírle
como a una estrella más, mirando afuera.
Pero vuelve tu cántico del vuelo
y tanto se adelgaza y va ligero
por las venas del ser hacia la entraña
que su correr es mi razón de vida.
Y eres mi sangre misma, si se oyera.
de entrar en mí; tu entrada por mi alma
callada brisa todopoderosa
aventando a las vacuas criaturas
que en vano me poblaban.
Tan silencioso inicio el de tu imperio
que se notaba apenas
por tiernas diferencias con la nada.
Mas era como el cielo
entre la noche y día medianero
que parece vacío
y es que está haciendo hueco a la inminente
llegada de la luz, que se lo pide.
Gran escenario, horizontal silencio
que va a llenarse todo,
porque unos labios se abren, suavemente.
Y fuiste voz, al fin, y tan hermosa
que puede confundirse con mirada.
Voz nunca servidora
de lengua alguna, ni de sus palabras;
sólo son los teclados
donde tocas tu eterna melodía.
Y así, cuando tú hablas,
no es para que se salven del olvido
las cosas del momento, lo que dices.
Ella es la de quedar, tu voz desnuda,
que se dice a sí misma, inolvidable.
Me la estuviste hablando, tiempo y tiempo,
historia interminable, sin historias,
como ese que el arroyo cuenta al prado,
cuento que nada cuenta, y embeleso.
Pero bien se sentía
que todo era subirme poco a poco,
por tu voz, a su más: que es este cántico.
Las dos que fuiste tú, silencio, voz,
ya estáis atrás:
camino recorrido hacia lo alto.
Tu tercer ser, final, llegó. Se ve
que tú eras lo que eres,que eras canto.
Te has quedado conmigo:
hecha son cantarín me vives dentro.
Alma arriba, alma abajo, vas y vienes,
cantando y recantando,
a tu gusto, despacio o rapidísima,
rectora, así, del paso con que pasan
mis caudales de gozo, o los de pena.
Cuando se va tu sol cantas estrellas,
se va estrellando el alma,
con los ojos cerrados, de luceros;
en tu cantar nocturno
me brizas y él me entrega
al mismo río de tu eterno cántico
en donde se descansa,
sin dormir, con los sueños del dormido.
Por gracia tuya ya no soy silencio.
Cuando el hombre cansado, el tren cansado,
cansado grillo, amor cansado, paran
y traicionan al mundo, porque cejan
en el deber supremo, que es seguir,
te oigo a ti, omnipresente, fidelísima.
Vienes, y vas. A las supremas torres
te encumbras de tu voz: cantas al cielo
que te lo entiende todo. De distante
que se ha ido tu cantar, tan lejos, fuera,
miedo me viene
de que no se resigne a este descenso:
estar conmigo. Y a tener que oírle
como a una estrella más, mirando afuera.
Pero vuelve tu cántico del vuelo
y tanto se adelgaza y va ligero
por las venas del ser hacia la entraña
que su correr es mi razón de vida.
Y eres mi sangre misma, si se oyera.