viernes, 17 de diciembre de 2010

Homenaje a la generación del 27

Los días 16 y 17 de diciembre de 1927 tuvo lugar en el Ateneo de Sevilla la conmemoración del III Centenario de la muerte de Góngora, homenaje que ha pasado a la posteridad por la famosísima fotografía en que aparecen juntos muchos de los miembros de la Generación del 27. Siguiendo una convocatoria leída en el blog de Antonio Solano, me uno al grupo de blogs que homenajean a la Generación del 27 en estos días en que se celebra el 83 aniversario de tan rememorado acto.
Llevo varios días pensando con qué poema contribuir a este homenaje, y finalmente me he decidido por uno que es muy importante para mí, pero para el que me veo obligada a contar una historia.
Tenía yo 14 añitos (curiosamente la edad para la que estoy programando), y, por primera vez, una crisis existencial. Desde que aprendí a leer había sentido una irrefrenable fascinación por los libros, y no creo que tuviera más de 7 años cuando decidí que de mayor quería ser profe de lengua. Pero a los 14 tuve una crisis.
Lo que pasó fue que llevaba ya un par de cursos en un grupo de teatro, y me dí cuenta de que me gustaba demasiado. Y claro, llegó la duda: ¿filología o arte dramático? Pasé meses en esta angustia. Hasta que leí ese poema, cuyo último verso (y mi adolescente sentimiento de identificación con él) me sacó de mis dudas. Hasta tal punto que marqué la fecha, y días más tarde la grabé en una alianza de plata, que aún conservo (supongo que estaba algo celosa de algunas compañeras, mucho más espabiladas que yo, que llevaban uno igual con la fecha en que conocieron a sus novietes).
El poema es largo, pero espero que os guste.


La vocación. Pedro Salinas

                Silencio ha sido tu primer manera
                de entrar en mí; tu entrada por mi alma
                callada brisa todopoderosa
                aventando a las vacuas criaturas
                que en vano me poblaban.
                Tan silencioso inicio el de tu imperio
                que se notaba apenas
                por tiernas diferencias con la nada.

                Mas era como el cielo
                entre la noche y día medianero
                que parece vacío
                y es que está haciendo hueco a la inminente
                llegada de la luz, que se lo pide.
                Gran escenario, horizontal silencio
                que va a llenarse todo,
                porque unos labios se abren, suavemente.

                Y fuiste voz, al fin, y tan hermosa
                que puede confundirse con mirada.
                Voz nunca servidora
                de lengua alguna, ni de sus palabras;
                sólo son los teclados
                donde tocas tu eterna melodía.

                Y así, cuando tú hablas,
                no es para que se salven del olvido
                las cosas del momento, lo que dices.
                Ella es la de quedar, tu voz desnuda,
                que se dice a sí misma, inolvidable.

                Me la estuviste hablando, tiempo y tiempo,
                historia interminable, sin historias,
                como ese que el arroyo cuenta al prado,
                cuento que nada cuenta, y embeleso.
                Pero bien se sentía
                que todo era subirme poco a poco,
                por tu voz, a su más: que es este cántico.

                Las dos que fuiste tú, silencio, voz,
                ya estáis atrás:
                camino recorrido hacia lo alto.
                Tu tercer ser, final, llegó. Se ve
                que tú eras lo que eres,que eras canto.
                Te has quedado conmigo:
                hecha son cantarín me vives dentro.
                Alma arriba, alma abajo, vas y vienes,
                cantando y recantando,
                a tu gusto, despacio o rapidísima,
                rectora, así, del paso con que pasan
                mis caudales de gozo, o los de pena.
                Cuando se va tu sol cantas estrellas,
                se va estrellando el alma,
                con los ojos cerrados, de luceros;
                en tu cantar nocturno
                me brizas y él me entrega
                al mismo río de tu eterno cántico
                en donde se descansa,
                sin dormir, con los sueños del dormido.
                Por gracia tuya ya no soy silencio.
                Cuando el hombre cansado, el tren cansado,
                cansado grillo, amor cansado, paran
                y traicionan al mundo, porque cejan
                en el deber supremo, que es seguir,
                te oigo a ti, omnipresente, fidelísima.
                Vienes, y vas. A las supremas torres
                te encumbras de tu voz: cantas al cielo
                que te lo entiende todo. De distante
                que se ha ido tu cantar, tan lejos, fuera,
                miedo me viene
                de que no se resigne a este descenso:
                estar conmigo. Y a tener que oírle
                como a una estrella más, mirando afuera.
                Pero vuelve tu cántico del vuelo
                y tanto se adelgaza y va ligero
                por las venas del ser hacia la entraña
                que su correr es mi razón de vida.

                Y eres mi sangre misma, si se oyera.

martes, 7 de diciembre de 2010

El profesor y las redes sociales


Una de mis preocupaciones "teóricas" sobre la relación cotidiana con los alumnos es sobre la vida "online". Tengo una muy buena amiga cuyas cuentas en dos conocidas redes sociales (Tuenti y Facebook) son un catálogo completísimo de alumnos y exalumnos.
No niego que pueda hacer ilusión, en especial en el caso de los exalumnos, saber qué es de sus vidas y cómo les ha ido, o saber un poco más (gracias a estas redes sociales) sobre qué es lo que realmente interesa al grupo actual, qué les mueve, a qué dedican su tiempo.
Sin embargo, es algo que para ser honesta no veo bien. Mi empleo de las redes sociales es de lo más diverso: mantener el contacto con antiguos compañeros de estudios, conversar con compañeros de profesión, intercambiar ideas con amigos actuales. Mis salidas nocturnas son cada vez menos, pero a menudo hay recuerdos gráficos de mi vida social: en la playa con amigas, un viaje con mi pareja,  una merienda en pandilla, tomando una copa después de una cena. Aspectos de mi vida personal que ni quiero ni debo transmitir al alumnado. Quiero mantener una relación cordial, sí, pero con la distancia necesaria en el intercambio docente-alumno.
En mis clases en la universidad suelo precisar el primer día, cuando les proporciono mi dirección de correo electrónico, que por razones lógicas no acepto solicitudes de amistad de alumnos en ninguna red social. Sin embargo, me comenta mi amiga que en el instituto la presión es mayor, que todos los alumnos le preguntan si tiene Facebook o Tuenti, o incluso la buscan y solicitan amistad con mensajes simpáticos que, a mi modo de ver, tienen algo de chantaje emocional "para que la profe me acepte".
Me gustaría mucho conocer vuestras opiniones como docentes. ¿Qué clase de "vida" tenéis online? ¿Qué parte de ella compartís con los alumnos?

sábado, 4 de diciembre de 2010

El primer primer día de clase

Una de las cosas que siempre me pone nerviosa es pensar en el "primer primer día". No en el primer día de cada curso, ni en mi primer día como profesora (de esos ya he tenido unos cuantos en la universidad). En el primer día que me presente ante un curso de chavales (¿2º de ESO, 4º?) con toooooodo un curso por delante. La primera impresión es la que cuenta, dicen, así que no quiero fallar en eso.
En la facultad, el primer día es bastante sencillo. Dices tu nombre, el de la asignatura, si tienes un rato les lees el programa de la asignatura y les hablas de las lecturas obligatorias y de cómo será el examen. Luego los mandas a la cafetería, que tú ya has cumplido. Yo me siento un pez fuera del agua por preguntarles sus nombres y su ciudad de origen.
Por eso, siempre me ha dado una punzada en el estómago pensar qué hacer el primer día en un instituto, toda una hora con chicos de esa edad.
Una idea que siempre he tenido ha sido jugar con ellos al "Había una vez", un juego de rol (lo siento, no he encontrado ningún enlace) bastante interesante que consiste en repartir cartas a cada jugador que pueden contener personajes (troll, princesa, mendigo, cuervo), lugares (castillo, río, sótano), objetos (acordeón, collar de perlas) y acontecimientos (caer un rayo, algo se rompe, enfermar, encontrar un tesoro). Luego alguien inicia el juego diciendo "Había una vez..." y empieza a contar una historia, y los demás jugadores tienen derecho a interrumpir cuando quieran si tienen una carta que puedan introducir en la trama de forma coherente. La idea es construir entre todos una historia con sentido y final. El jugador que consiga quedarse sin cartas ha de dar un final al cuento y se convertirá en el ganador.
Mi idea era fabricar yo unas cartas más "actuales" (más cercanas a su realidad) y empezar el cuento como "Había una vez una clase de 3º de ESO que...". Sin embargo nunca lo he visto claro, porque tal vez al ser muchos el juego pueda descontrolarse demasiado, o por el contrario no colaboren demasiado por timidez...
Hoy he visto en el blog de Lourdes Domenech una idea que me ha parecido muy interesante. Tomo nota de ella, para, tal vez, romper con ella el nerviosismo de mi "primer primer día de clase". Al menos, mientras espero que ese día llegue, puedo aprender a enseñar leyendo experiencias ajenas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Non fuyades, cobardes y viles criaturas

Una de las quejas más frecuentes que escucho entre mis compañeros docentes (especialmente en los de la universidad) es la de la falta de motivación en el alumnado. Que no leen, que faltan a clase, que no les interesa, que estudian como borregos y vomitan cuatro ideas mal asimiladas el día del examen.
El problema existe, no me atreveré a negarlo, pero creo que a veces es el profesor el que está poco o nada motivado. En la universidad, la inmensa mayoría de mis compañeros utilizan la técnica de la clase magistral. Algunos emborronan la pizarra, otros (más atrevidos) de vez en cuando proyectan un esquema en la pantalla blanca. Los que se sienten los reyes de las TIC ponen un vídeo, una película o una canción una vez por cuatrimestre. Los tiempos cambian, pero la universidad poco o nada ha cambiado.
En mi caso, este año he tenido una suerte tremenda. Este cuatrimestre estoy dando una asignatura titulada "Del humanismo a Cervantes" a un grupo de 5 alumnos norteamericanos. Hoy hemos trabajado con textos de Don Quijote, pero antes hemos dado otras materias menos interesantes (como la poesía mística o la novela del XVI) y su respuesta ha sido buenísima.
Son un grupo excepcional, el reducido número les obliga a trabajar a diario y me permite conocerlos bien. L es una chica muy tímida, pero con un talento y capacidad de asimilación increíbles. J es la típica empollona, y con sus preguntas inteligentes y su trabajo constante estimula mucho a sus compañeros. E es muy sensible, le interesa todo lo relacionado con los sentimientos y siempre se presta voluntaria para explicar algún concepto a sus compañeros si ella lo ha entendido primero. K es extraordinariamente trabajadora, y aunque no tiene la intuición de L o J, lo compensa con creces a base de esfuerzo, y es quien ha hecho las observaciones más interesantes de todo el grupo. M, el único chico, es divertido y carismático y aprovecha ese talento, le cuesta mucho trabajar pero cuando se interesa escucha embelesado mis explicaciones, y le preocupa mucho la dimensión social y política de la literatura.
Sé que he tenido una suerte enorme con un grupo tan estupendo, pero quiero pensar que algo tengo yo que ver. Otros años, con grupos más numerosos y heterogéneos, el resultado ha sido más variopinto pero en general el interés y asistencia a clase es elevado. Tal vez sea porque les hablo de los superhéroes para explicar las novelas de caballerías, o porque los hago levantarse de la silla para representar, entre todos, el fragmento que estamos leyendo, o porque cuando explico poesía siempre les llevo alguna cómica, o porque prefiero que lean mi propia y selecta antología de textos (divertidos e interesantes) a mandarles el lote de libros que recomienda el departamento (para el Quijote, por ejemplo, leeremos 9 fragmentos), o porque les mando emails para recordarles lo que vamos a ver en la siguiente clase.
Soy consciente de que esta vez he tenido mucha suerte, pero opino que la suerte, en la docencia más que en ninguna otra cosa, hay que buscarla.